2 jun 2013

Disco Demolition Night


El 12 de julio se cumplirán 34 años de una de las mayores infamias recientes que el mundo del deporte y la música han visto jamás. Seguramente en algún momento de tu vida la hayas visto. Probablemente, tras verla te preguntaste: ¿de dónde viene esto? ¿Quién acuñó este eslogan? Se trata del famoso "Disco Sucks." También es probable que no conozcas la historia. Si es así, aquí van cinco céntimos.



Contextualicemos. Año 1979: el mundo entero está hasta las narices de la música disco. Ciertamente, la plaga ha traspasado para muchos la barrera de lo asumible para una parte de la sociedad blanca. La cultura mainstream está empapada por la discomusic. El cine, la moda, la liberación de la cultura gay y la reivindicación de la música negra que sellos como Motown encabezan, el nacimiento de la escena del baile y la conversión de muchos mitos del rock, el AOR e incluso el punk, arrastran del cuello a la white trash hacia una espiral de odio hacia todo un género, con unas connotaciones homofóbicas y racistas bastante claras. Siempre según esa parte de la sociedad, la música disco está hecha por negros y latinos y se dirige a un público mayoritariamente gay. En la televisión, el medio más influyente de la década junto a la radio, los derroteros siguen por el mismo sendero.

Durante el verano de 1979, Steve Dahl, estrella rock de la radio de Detroit y uno de los pioneros del llamado "talk radio", es machacado a diario por su audiencia por suprimir de su programación a totems rock blancos como Led Zeppelin, Black Sabbath o The Rolling Stones en favor de Village People, Chic o Donna Summer. Para cierto público eso es intolerable.



En junio de ese año, Dahl anuncia en su programa de radio que cualquier persona que traiga un vinilo de disco recibirá a cambio un descuento en la entrada para un partido de los White Sox de Chicago, a celebrarse el 12 de julio. Ese día, el estadio de beisbol de los White Sox recibiría casi a 90.000 personas en lugar de las menos de 20.000 que acudían regularmente. El estadio, con capacidad para solo 45.000 personas se vería desbordado en cuestión de minutos. Casi todos los asistentes han pagado sólo 98 centavos por entrar. Decenas de miles de personas dentro y otras tantas fuera en un clima de enfurecimiento redneck se apoderan del ambiente. Cuando la primera carrera acaba, Dahl, ataviado con un casco y vestimenta del ejército se dirige al centro del estadio y, entonando "disco sucks" empieza a caldear los ánimos. Al lado suyo yacen unas cajas de madera llenas de explosivos. Ahí dentro, esperando su ejecución, también están miles de vinilos de disco. Una de las azafatas del estadio, Lorelei, describiría la escena como surrealista: en el centro Dahl, a un lado Ken Kravec, el pitcher de los White Sox preparado para empezar la segunda carrera; el público está absolutamente desbocado aguardando instrucciones que Dahl, micro en mano, no tardará en soltar: "Esto es desde ya oficialmente el mitin más grande del mundo contra la música disco. Ahora escucharme: tenemos todos los discos que nos habéis traído esta noche en estas cajas ¡y vamos a hacerlos saltar por los aires!"

Seguidamente, Dahl encendió los explosivos y destruyó los discos. Tras la explosión, un inmenso agujero apareció debajo de la hierba. Unos minutos después el estadio fue invadido por aproximadamente 6000 personas, dejando a los miembros de seguridad absolutamente imposibilitados. Los jugadores de los dos equipos de béisbol huyen despavoridos hacia los vestuarios. Un minuto después, un inútil mensaje campa sobre las pantallas gigantes: "Por favor, vuelvan a sus asientos." Como si de un ritual ancestral se tratara, muchos de los invasores de pista rodean las cajas incendiadas bailando en círculos. Unos 45 minutos más tarde, la policía hace acto de presencia. Una parte de la masa enfurecida desaparece. 39 personas son detenidas. Bill Veeck, promotor de la Major League a cargo del partido esa noche, intenta que el partido se reanude, pero el mal estado del terreno de juego impide cualquier gesto en esa dirección.



A la mañana siguiente, Dahl se mofa de todos y cada uno de los titulares de prensa en su programa de radio. Uno de los virajes más significativos que la Disco Demolition Night supondrá será el cambio de actitud de algunas compañías discográficas (pocas al principio, casi todas en menos de un año): atemorizados por lo que vieron, poco a poco modifican el etiquetado de sus vinilos suprimiendo el calificativo "disco music" por "dance music." En una entrevista del año 2004, el escritor Keith Olbermann diría que esa etiqueta estaba ya probablemente en recesión, pero que la infamia de la noche del 12 de julio de 1979 provocó una aceleración de los hechos. El crítico Dave Marsh (Rolling Stone, Village Voice) apunta: "todos esos hombres blancos de entre 18 y 34 años lo único que veían era un producto para homosexuales, negros y latinos. No lo soportaban. Muchos de ellos también justificaron sus actos apelando a temas de seguridad. Está claro que todo fue producto del racismo y el sexismo, pero hay que tener muy en cuenta a los medios de comunicación: ellos tampoco fueron jamás los principales defensores de los derechos civiles."

Tim Lawrence, profesor de la Universidad de Londres y escritor de relieve (autor de la biografía de Arthur Russell), achaca a la homofobia todo lo acontecido durante esa noche: "tras el éxito de películas como Saturday Night Fever, las multinacionales empezaron a invertir montones de dinero en algo para lo que su público blanco de clase media y alta no estaba preparado o al que simplemente no les importaba nada. Cuando la excesiva presencia del disco coincidió con una profunda recesión, toda la homofobia de la sociedad salió a flote." Ciertamente, desde 1974 hasta 1979, la música disco vivió sus mayores momentos de gloria. Desde entonces y hasta la entrada masiva del hip-hop, el mercado mainstream estaría comandado por el rock blanco, la new wave, y el hard-rock.

Probablemente el mundo haya cambiado algo desde entonces: con un presidente negro que va por su segundo mandato en Estados Unidos, con la cultura gay absorbida por la sociedad y con la música de baile gozando de la mejor salud de su historia todo apunta que cosas como estas no deberían repetirse jamás.